lunes, 25 de enero de 2010

Monti


La más bella de todas. Alegre y vivaz, sirenas de coches y ambulancias, ojos extranjeros que escudriñan mapas, colas infinitas, flashes, pizzas humeantes, ruido, mucho ruido. Al llegar la noche el centro de la más bella se apaga. En deteminados sitios incluso sólo brilla la luz de los semáforos. Recorres calles enmarcadas por antiguos y clásicos edificios, máximo de seis plantas, oscuros, grises, ni una ventana abierta, ni una luz encendida. El centro ha perdido el alma, quien haya conocido, vivido o, se haya informado simplemente como he hecho yo, observa la pèrdida de identidad de este gran pueblo que se llama Roma con grande nostalgia. Un pueblo, eso es lo que ha sido siempre. Existe documentación gráfica de los años 30, 40 y 50 en la que se percibe un coliseo solitario y rodeado de olivos y de campo. Todo cambia, es evidente, per el cambio en esta ciudad es doloroso. El centro histórico ha pasado a las manos de ricos extranjeros de corazón y pensamiento románticos, los grandes apartamentos de altísimos techos y amplios ventanales albergan oficinas y ministerios. No queda nada de aquella Roma pueblerina llena de teatros pequeños dedicados a la Revista o al Cabaret, de pescaderías con productos frescos, de mercadillos, de trattorias originales similes a la taberna andaluza, de ropa tendida en los balcones y mujeres sentada al fresco.

El Rione Monti, en pleno corazón de la ciudad eterna, es el único que se resiste a perder esta identidad y esta impronta. Es asombroso aún atraversar sus calles y no encontrar ni un turista, asistir a una procesión con paso y penitentes incluidos, y ver, además, como este barrio está aún habitado por romanos. A dos pasos del Coliseo, de los restos de la Domus Aurea de Nerón y del Foro Romano, nos encontamos con esta delicia de barrio con sabor auténtico y perfume de hogar.