domingo, 24 de enero de 2010

La Magnani



Escuché su nombre por primera vez, hará ya casi 16 años. El crítico cinematográfico hablaba de una de esas joyas de todos los tiempos, Roma Cittá Aperta, y de su protagonista, Anna Magnani. Seguidamente, una escena en blanco y negro que surgió de la nada me paralizó: el rostro de la desesperación gritaba el nombre de Francesco y corría tras un camión nazi cargado de prisioneros hasta que los disparos de una metralleta acallaron aquella voz desgarrada de Anna. No mucho tiempo después, en otra de mis noches de insomnio y gracias a La2, pude admirar el capolavoro del neorrealismo italiano, la película Bellissima, di Luchino Visconti, con Anna Magnani en el papel de madre obsesionada por hacer de su pequeña hija una estrella. Pude comprenderla gracias a los subtítulos en castellano, ya que en aquella época yo el italiano no lo hablaba y, para más inri, había sido rodada en dialecto romano. Me enamoré de aquella actriz diminuta, oscura, de una fuerza violenta, de unos ojos terribles, y de ua voz... qué decir de la voz de la Magnani. Y no me perdoné el no haberla descubierto antes.
Una de las mejores actrices de la historia del cine, sin duda alguna, perfecta y bravísima fuera en el escenario que ante la cámara, sólo de esta forma superó el handicap de su escasa belleza en una época (de los años 30 a los 50) donde reinaban actrices como Marlen Dietrich, Ingrid Bergman, Joan Crawford o Jennifer Jones. El climax de su dilatada carrera llegó en 1956 cuando ganó el oscar por La Rosa Tatuada.
Su vida privada era otra cosa.
Violenta, agesiva, posesiva, celosa, insegura, desconfianza, llena de miedos y complejos, atormentada por la falta de amor y de equilibrio personal, mal hablada y mal educada... tanto de ejercer una grande fascinación en las personas que se acercaron a ella. 
La Magnani fue una eterna infeliz que supo vomitar su amargura a travès de sus magníficas interpretaciones. Tuvo tres grandes amores: Su primer y único marido, Goffredo Alessandrini, su primer amante y padre de su único hijo, Massimo Serato, y, por último, Roberto Rossellini. Lo que vino despuès no fueron más que flirteos para calmar su soledad y angustia.
Tres relaciones, tres tormentos, tres escándalos públicos, los vivió todos con más pasión que amor, con más violencia (incluso física) que con ternura, con más ansiedad que serenidad... por ello jamás la Magnani fue la pareja de nadie.
Alessandrini la dejó por una actriz mucho más joven, de Serato tuvo su único hijo, paralizado por la poliomelitis, un buen día los abandonó sin avisar, con Rossellini tuvo la relación más cruel, pasional y voraz, y por supuesto, artística, hasta que un buen día se desayunó el siguiente titular de un conocido diario: 15 días antes de lo previsto nace el primer hijo de Roberto Rossellini e Ingrid Bergman. Humillada y herida la Magnani no se recuperará jamás de estos golpes, desilusionada vivirá el resto de sus días, alternando períodos de alegría y calma con otros de extrema depresión y violencia, pero siempre ahogada en un mar de soledad.
Su obra es más que recomendable pero la más grande película que ha interpretado es la de fuera de platós, llena de episodios trágicos y cómicos, aconsejo la biografía que de ella escribió Patrizia Carrari, "La Magnani", un texto que no sólo recoge la vida de la actriz, sino que además documenta una época, la posguerra, en la que nace el Neorrealismo Italiano y sus máximos exponentes.

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